La otra orilla
Te espero hasta que vuelvas. Como quieras, me dijo por lo bajo al cruzar la puerta. Busqué su mirada mientras estuvimos juntos. Sus ojos esquivos, sólo se detuvieron de a ratos, en ese conejo desvencijado y sucio que le regalé hace tiempo. Había crecido. Sus rasgos ya no eran los de ese niñito que vi por última vez. No recuerdo cuánto tiempo transcurrió desde entonces. Me asfixiaba ahí adentro. Cada rincón, cada objeto de esa casa está poblado de recuerdos. Aquí al menos corre aire fresco. No hay gente a esta hora en las calles. Solía detenerme en este mismo banco, camino a la escuela a esperar a María. Éramos inseparables, andábamos juntas todo el día. Me inclino hacia un costado y giro un poco, de refilón alcanzo a ver la ochava, ahora pintada de rosa. Abandonar tu casa, tu marido, tu hijito... ¿qué mujer haría lo que vos hiciste?, sólo una puta. Nos da vergüenza que seas nuestra hija. No vuelvas a llamar. Tac!, retumbó en mi oído. Seguro mi padre estaba a...