La otra orilla
Te
espero hasta que vuelvas. Como quieras, me dijo por lo bajo al cruzar la
puerta.
Busqué
su mirada mientras estuvimos juntos. Sus ojos esquivos, sólo se detuvieron de a
ratos, en ese conejo desvencijado y sucio que le regalé hace tiempo. Había
crecido. Sus rasgos ya no eran los de ese niñito que vi por última vez. No
recuerdo cuánto tiempo transcurrió desde entonces.
Me
asfixiaba ahí adentro. Cada rincón, cada objeto de esa casa está poblado de
recuerdos. Aquí al menos corre aire fresco. No hay gente a esta hora en las
calles. Solía detenerme en este mismo banco, camino a la escuela a esperar a
María. Éramos inseparables, andábamos juntas todo el día.
Me
inclino hacia un costado y giro un poco, de refilón alcanzo a ver la ochava,
ahora pintada de rosa. Abandonar tu casa, tu marido, tu hijito... ¿qué mujer
haría lo que vos hiciste?, sólo una puta. Nos da vergüenza que seas nuestra
hija. No vuelvas a llamar. Tac!, retumbó
en mi oído. Seguro mi padre estaba a su lado, ella nunca usaba esas palabras.
Me conocía, sabía que algo en mi vida no andaba bien, desde hacía tiempo.
Es
una buena persona. No engaña, no golpea, ayuda en las tareas de la casa, es
buen padre. No sé que quiero. Estoy loca. Si. Debo estar loca. Pasamos tantas
cosas difíciles juntos. Siempre estuve cuidando, acompañándolo. Tiene sobradas
razones para decir que aniquilaron su capacidad de amar, que está seco por
dentro. Trabajador. Maneja bien el dinero que ganamos entre los dos. Hemos
progresado, construimos una casa. Eso porque no gasta en tonterías. Tengo que
estar agradecida. ¿Separarse?, es una verdadera locura. No hay ninguna razón.
Él no podría soportar otro abandono. Moriría de tristeza. Este hijo va a
mantenerme ocupada, no pensaré más en tonterías.
Y
fue así. Ya no pensaba en otra cosa que no fuera mi trabajo, la casa, la
crianza. Sin embargo con el tiempo empecé a sentirme rara. Sin darme cuenta me
fui acostumbrado a hacer sin ganas. Olvidé cómo era reír, evitaba hablar con la
gente. Estar irritada era lo habitual, había perdido la paciencia.
En algún momento mi cuerpo se congeló junto
con las lágrimas. Un inmenso agujero en el pecho y en el estómago se instaló
junto con una determinación: poner fin al dolor. Cualquier mujer va a ser feliz
con todo esto que tengo y yo no sé valorar . Cualquier mujer puede darle más
amor que yo a este niño, ofrecerle el abrazo cálido que merece. Así será mejor.
Cuando
me ve, viene hacia mí. Sonrío de inmediato, no quiero que vuelva a verme
triste. Su cuerpo tenso ofrece un saludo rápido. Somos dos extraños caminando
en silencio.
Pensé
tanto en qué decirle, y ahora me siento incapaz de hablar. No creí que fuera
tan difícil.
Me
gustaría que pases unos días conmigo en Olavarría, que conozcas donde vivo. Hay
una habitación para vos. No me gusta ese hombre mamá. Ahora vivo sola, tengo
una linda casa. Si dejo a papá se va a enojar, sabés como es. Sólo unos días
para que conozcas, nada más. Me despide mirándome por primera vez.
En
aquel tiempo, cuando María me vió en ese estado, me llevó a que consultara a
Juan Carlos, un amigo de su hermano, que es médico.
Juan
Carlos fue un puente que me trajo hasta esta otra orilla. La de la vida.
Comentarios
Publicar un comentario