Dentro De Casa

          Está nublado, llueve, sale el sol, luna menguante, luna nueva, creciente, luna llena, otra vez luna llena, ahora en tauro. La noche y el día. Como dos únicas notas que se repiten abortando la melodía monótona de lo cotidiano. 

          Abro la ventana que da a la calle y miro, ni un alma se ve, la dejo abierta. Por la puerta de entrada no entra nadie desde hace cincuenta y tantos días exactamente, el timbre se cubre de telarañas. 

          La puerta interior que comunica con nosotros permanece entreabierta, entro con frecuencia a procesar la desmesurada información que encuentro en los medios de desinformación. Miro cuantos muertos hubo las últimas veinticuatro horas ocasionados por un único motivo, como si hubiera un solo pretexto para morir. ¿Será éste mi pretexto?        Salgo, sin antes recordar “nadie muere la víspera” .

          Despejo la mesa de trabajo, pongo el mantel, recojo el mantel y vuelvo a trabajar. El marco de los días clonados es una mesa, el escenario de los cincuenta y tantos días exactos es una casa, en el mejor de los casos. Todo se reduce, se empequeñece, se comprime. Y se agiganta. 
         Casi toda la humanidad está confinada, con tapabocas y sin mirarse a los ojos porque la cámara de la pantalla no lo permite. Dos Mil Veinte, año de la rata de metal.

 -¡Cuidado que viene el lobo! Llega en abril, en mayo, en junio?

          Zumba a veces un mosquito afuera, ¿o es adentro?. Por eso cierro la ventana que da a la calle y vuelvo a atravesar la puerta entreabierta. Pienso en la humanidad de la pobreza, que no es la  pobre humanidad. Pienso en los enfermos, los niños, los ancianos, pienso en toda esa gente que no puede enterrar a sus muertos y me pregunto ¿qué es todo esto?.

          Hay cacerolas sonando contra el comunismo. Mejor aferrarse a lo conocido cuando hay tanto sin-saber. 

          Aquí la única comunista es la muerte y el virus la corona.