Hacia el Arroyo El Sauce


El carro es ajeno y viejo
la yegua mansa que lo tira,
es prestada también.

Mientras silba siempre, esa misma canción
mi tío toma las riendas que su padre le entrega
apenas se acomoda junto a él.

Delicada piel encendida 
pequeños hombros como alfileteros 
de estos rayos de siesta 
que se me clavan como espinillas microscópicas  
manos entrañables de abuela, cubriéndolos con un lienzo desteñido. 

Los ojos se abalanzan en el espacio 
hasta tropezar con la línea recta y fina que separa  
la inmensidad celeste del cielo, de la inmensidad verde de la tierra.

Y el arroyo.. 
que mi abuelo afirma vislumbrar a lo lejos,
es un espejismo de anticipación y recuerdo.

Huele a mojarra recién sacada del agua
                                                 esa agua que aligerará el rubor de mi cuerpo
y murmura con su andar la más apetecible de las melodías.
Sabe a sal, y a la áspera dulzura de lo añorado
turbulenta transparencia de algas, 
pececitos de plata brincando en la superficie
rocas resbaladizas en un fondo misterioso e invisible...
Alguna nutria husmeando en su madriguera. 

La briza acerca el berreo de un ternero que pasta junto a su madre.
Y esta geografía ondulante, mullida 
                   nos contiene y nos asiste,
como un océano 
a una minúscula barcaza, naufragando en la vastedad.


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