Matria
Esos días del nguillatún, las mujeres y los niños cantaron con mayor fervor. Los hombres danzaron en el círculo con un ímpetu desconocido, como si todos entendieran lo que podría suceder. ¿Dónde está mi Kultrün? No logro recordar cuándo fue la última vez que lo tuve en mis manos, ahora ocupadas en sujetar la tibieza de mi interior. Los dioses deberían recordar que lo que soy yo no lo elegí. —¡Ngenechén, vos te presentaste en mi sueño cuando todavía no dejaba de ser una niña. Me señalaste el camino de arriba con tu mano izquierda, y el de abajo con la derecha! No hay otra alternativa posible, aseguró mi madre.
Llegaron al alba. No nos encontraron dormidos. Eran muchos. Ellos y sus caballos son demasiados. Vinieron estrenando fusiles Remington que bautizaron con el nombre “Patria”. Patria. No existe en nuestra lengua esa palabra.
Ya no escucho gemidos, lamentos, llantos de mujeres y niños. Sólo se oyen ellos, sus gritos, sus risotadas. Entre ellos también hay de los nuestros.
—Elche, espíritu creador del hombre, ¿ la impotencia era mi destino?
Mi vitalidad se escurre a través de un fluido delgado que tiñe el pasto de rojo y penetra el nag mapu. Se acaba el camino. Vuelvo al seno de la madre. Somnolienta me entrego. Aparece ante mí una última imagen, la del general. Nuestras miradas se cruzaron por un segundo. No hallé odio en sus ojos, solo indiferencia. Vino con paso seguro y su cuchillo fue directo a mi vientre.
Antes, uno de los nuestros, ahora de ellos, me señaló diciendo:
—Ahí está, ésa es la machi.
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