Es que somos muy pobres


Hace una semana la conectaron y mi mamá creyó que sería suficiente mientras despacito va llegando el calor. Durante todo este invierno desde que el gas se fue por las nubes, nos fuimos arreglando como pudimos. Ninguno volvía a la casa con las manos vacías, ramita que encontrábamos en el camino, ramita que alzábamos para hacer fuego a la noche.
Cuando mi hermano se apareció con la garrafa de 10 kilos al hombro y se la entregó a mi mamá como regalo de cumpleaños, todos nos emocionamos. Yonatan se prendió de mi pierna y se puso a llorar, la alegría siempre le da hambre. Rocío, Joana y Braian, apenas lo vieron venir al Tincho por el pasillo fueron corriendo a su encuentro, hacía rato que no se llegaba a visitarnos.
Él es el mayor de todos  y es como un padre para nosotros. Mientras trabaja en la calle como trapito, vigila a Pichón y al Sergito cuando venden turrones. Ellos van al semáforo recién cuando salen del comedor después de la escuela. El Tincho dice que la escuela es sagrada, que para burro ya está él.
Ayer, al calentar la leche de Yonatan, el fuego de la hornalla fue perdiendo fuerza hasta morirse de a poquito. Igual se la tomó fría el glotón. Se pone bizco mirando bajar la leche de la mamadera y no para de chupar hasta que de un tirón se la arranco. Siempre hace lo mismo. Dice la Luisa, la vecina, que tengo que tener cuidado con eso porque si chupa aire después le duele la panza y es capaz de llorarme todo el día a moco tendido.
La Luisa es muy buena conmigo, ahora mismo está entrando. Desde que mataron a sus tres hijos mientras trabajaban de soldaditos en menos de una semana, la consuela venir a darme una mano con Yonatan. Dice que él le recuerda a “su” Yoni. Ojalá mi hermana que está por nacer le recuerde a alguien también, sino, no sé cómo voy a hacer con los dos, cuando mi mamá salga a trabajar.

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