“Una oleada de fuego vivo me quemó las entrañas”
Una leve vibración erizó mi piel áspera y gris. Sentí animales pequeños y grandes correr sobre mi, entre disparatados aleteos de aves en huida desesperada. Oscuros bancos de peces, en veloz movimiento sincronizado, desordenaron el andar acompasado de las olas y el mar arrojó un aroma penetrante de despedida.
El cielo se cubrió de negrura espesa y bulliciosa. Inquietante. Luego vino el bramido como de bestia herida. Y atormentada.
No se demoraron los movimientos espasmódicos, que de náuseas mudaron lentamente, a incontenibles arcadas. Reconocí esa antigua violencia destructiva, irreversible una vez que se desata. Y llegaron las convulsiones tan temidas. Todo se puso candente, ardoroso. Se perforó la cubierta de mi cabeza y las rocas se esparcieron por los aires.
Una oleada de fuego vivo me quemó las entrañas y los gritos de piedras, junto al llanto de lava multicolor, tiño el antiguo silencio de espanto.
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