Antes del funeral
Me acuerdo del atardecer y de tu alcoba abierta ya, por
donde ya penetraban los vecinos y los ángeles. Y los demonios también.
Bailaban sin mesura, con sus cuerpos desvencijados sobre
el tocador, saltaban desde la mesa de noche hasta la lámpara que colgaba del
techo.
Y esa música, ensordecedoramente muda.
Las estrellas fueron llegando de a una a la vez, y
después de acariciarme unas veces la cabeza, otras un hombro o la rodilla iban
entregándose con desenfreno a los sucesos.
El sol dijo - “de esto no participo” y la luna
apenas creciente, eufórica gritó al lucero que pendía de su rabo - “yo no
me lo pierdo por nada!”.
Una cucaracha cruzó aterrada el entablonado de madera y
se refugió en el baño.
Me acuerdo cuando exhausta caíste de espaldas sobre las
blandas sábanas de raso marfil que ordenaste pusieran durante la mañana. Las
sirenas sonaron melancólicamente húmedas sacudiéndose al final del
aguacero.
Eso
fue todo.
Nada
más.
Eso
fue. Tu deslumbrador fallecimiento.
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