Un día cualquiera

Ella se encuentra en la cocina ahora, mal dormida y con una sensación de cansancio mayor a la de anoche antes de acostarse. Juan sintió miedo otra vez, así que durmió en esa cama  demasiado pequeña para alojar el temor del niño y la fatiga de su mamá. 

Él como cada mañana prepara el mate y la aguarda con unas tostadas recién hechas sobre la mesada. Afortunadamente la beba no se despertó con el llanto del hermano, le comenta. Ella nunca se sienta, come su tostada mientras anda de una lado al otro de la casa, él la sigue ofreciéndole un mate. Anota las indicaciones para la niñera que no tardará en llegar, se viste sin hacer ruido, se maquilla de memoria, revisan juntos algunos pagos que vencen hoy. 

Él la alcanza a su trabajo antes de ir hacia el suyo. Rozan sus mejillas con un beso ligero y accidentalmente sus miradas se cruzan un instante por primera vez. 

- “Que tengas un buen día de trabajo.” 

- “Vos también.”

Ella sale ágilmente del coche y entra al estudio. Saluda a su socio que la recibe con una afable sonrisa. Deja el abrigo y se dispone a revisar ese proyecto aún inconcluso.  Mira    el portarretratos que está sobre su escritorio. Exhibe un collage de imágenes que él le regaló hace unos años. Ellos solos a los comienzos, ella embarazada de Juan abrazada por él, ambos sosteniendo al bebé. Debería actualizar esa fotografía de inmediato, Clari no puede seguir faltando, piensa. Su atención permanece asida a ese pequeño rectángulo. Se ve a sí misma plena, feliz y él aparece tan atractivo. Cae en la cuenta de que ya intentó reemplazarla y no halló ninguna foto que le gustara. Unas lágrimas inundan sus ojos y las quita antes de que rueden estropeando el maquillaje. El sonido de la notebook iniciándose la trae al ahora y se pone a trabajar. 

Él llega a su taller y se siente a salvo, a resguardo. Aquí  sus clientes esperan lo que sabe hacer muy bien. Este mundo privado que administra a su antojo lo redime del presente. Y del pasado. Suena la alarma de su celular recordando que en dos horas debe llevar a su madre anciana al médico y al silenciarla se detiene a ver el fondo de pantalla. Es la imagen de ella haciendo una pirueta sobre la pista de patín. Él mismo la tomó apenas se conocieron. Ella era tan hermosa y tan jóven. Igual que ahora. Añora a esa joven hermosa   deslizándose grácil como una gacela y añora ser aquél que se deleitaba junto a ella.

Un intenso cansancio viene a depositarse sobre sus hombros, cierra los ojos y suspira. Se promete ir al rescate de ese sentir antes de que sea demasiado tarde. 

Durante la cena interrumpida por el llanto de Clari que reclama un cambio de pañal urgente y el pedido de Juan: ¡callen a esa piba por favor!, al ir al mismo tiempo hacia la sillita de la niña para alzarla, sus miradas tropiezan y se detienen por un segundo. Ya no se reconocen. Son dos extraños.


Él no recuerda el sentir que se propuso recuperar esa misma mañana. 


Ella tiene la certeza de que no habrá una fotografía nueva para su escritorio.


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