Ataviar el cuerpo

 




    Las palabras son como prendas de vestir esparcidas en un gran vestuario atemporal y sin límites de espacio.

    Colores texturas de calle de noche de trabajo de hombre de mujer de niño de niña de bebes nuevas viejas harapientas en desuso.

    Miro mi guardarropas personal y los atuendos de mi talla ordenados en él. Calzados y prendas vacías, hasta cuando decida zambullirme en ellas, a ponerles el cuerpo.

    Hay otras, muchas otras que no alcanzan un uso legítimo, sin embargo su presencia es irrebatible. Son atuendos desprovistos de sonoridad, visten mi mente y sólo yo los puedo descifrar.

    A veces están organizados por colores, disponibles sobre los estantes, otras veces anuncian pequeñas catástrofes o enmarañados cataclismos posibles, e improbables. Como si alguien se hubiera empeñado en vaciar los cajones en el piso, embarullandolo todo.

    Vuelvo a mi guardarropas. De ataviar el cuerpo, de eso se trata.

    En una caja forrada con tela de algodón y bordes de raso guardo una camperita, de crochet, amarillenta. Se trata de un tesoro prendapalabracuerpo. Es suave y huele a cocina a leña. A cebolla, orégano, perejil y ajo rehogándose. Entona "trota cabalo, trota cabalo", en un italiano aderezado con pampa húmeda. Unos dedos tibios, complacientes, pueblan mi espalda pequeña. Acompaña el corretero del caballo el vaivén de sus piernas cortas.

    "Pichina"- mi chiquita- susurra en mi oído, mientras resbalo por su falda breve, hasta que esas dos manos siempre disponibles, me aferran a su vientre abultado y calentito.

    En el fondo de un cajón conservo un par de zapatos blancos con pulserita talle 31. Se trata de un calzadocuerpopresencia. Es silencioso. No recuerdo palabras. ¡Siempre adoré los zapatos!, iba a espiarlos varias veces al día. Los sacaba de la caja para admirar su belleza.     Ella me regalaba unos en cada temporada. Me muevo cómodamente sobre su falda huesuda y larga sentada en una silla de patas cortas.

    También guardo entre mis pañuelitos bordados un mazojuegopresencia un- “Sei bisquera!” -¿Qué significa eso nono?- preguntaba entre partidas de Chinchón y Escoba de 15. -”Ya te lo dije mil veces”.

    Nunca recordaba la traducción, y tampoco ahora. Solo puedo evocar el zumbido del sol de noche y la radionovela mientras intentaba de mil formas ganarle, ya no más a la casita robada. Estaba crecida para usar esa ropa.

    “Idiotismo” fue una prenda difícil de calzar, demasiado apretada para usarla con fracuencia. Finalmente, posibilitadora. Me animó a trabajar duro, para crecer, para vestirla cada vez menos hasta archivarla. Ahora sólo está en mi memoria, casi logro olvidarla.

    En este gran vestuario atemporal y sin límites de espacio hay prendas que ni siquiera puedo imaginarlas rozando mi piel. Su existencia me es completamente ajena. Pertenecen a otras vestimentas, me resultan extrañas.. Nombran realidades que exceden mi posibilidad de representación.

    Y también, hay otras palabras/vestidos que por diversas razones, jamás me atrevería a usar.



Porque de ataviar el cuerpo, de eso se trata.

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