El machitún
Re we lelay tati: “eso no es así no más”
(las cosas no son necesariamente lo que aparecen,
lo que muestran, son más bien lo que esconden).
Expresión anónima indígena
DE LA TRADICIÓN ORAL MAPUCHE
El machitún
(Ceremonia destinada a sanar a los enfermos del "mal" que le han provocado "espíritus malignos").
Apenas unas horas después de nacida, cuando mi padre me tomó en sus brazos, una gran sonrisa se dibujó en mi rostro. Ayelén, dijo emocionado, así se llamará.
Sin dudas, pude apreciar al instante la grandiosidad de ese hombre robusto, joven y fuerte, con unos ojos negros penetrantes que se alojaron en mi alhué (alma) para siempre. Ayelén significa alegría, sonrisa. A través de este gesto nos bienrecibimos ese día de fines de otoño. Rimu (otoño) próspero en nacimientos para la aldea, porque horas después, al atardecer, nació Railef, ambas hijas de Lientur el lonko (Jefe de una comunidad mapuche) del lof ( comunidad mapuche).
Parecía que el atreu (frío) estaba contenido a la espera de que las parturientas dieran a luz. Algunas heladas seguidas por nevadas intensas coronaron los tiempos del puerperio.
Cada mañana cuando nos visitaba, se producía ese intercambio embelesado de mirada y sonrisa entre mi padre y yo, que me sentía única, a pesar de ser la novena de sus hijos nacidos vivos.
Al momento de mayor rigurosidad del clima, comenzaron las dificultades. Pukem (Invierno) tras pukem mis bronquios se fueron debilitando al punto de no poder respirar.
Apenas cumplidos los ocho años tuve la crisis más aguda. La última. Aún oigo el rugido del aire resistiéndose a salir de mis pulmones. Mi madre volvió a llamar a la machi (chamán en la cultura tradicional del pueblo mapuche) quién reconoció que wekufe (alude a todo lo negativo y desconocido que existe y que puede provocar enfermedad), fuerzas negativas y desconocidas, eran esta vez la causa de mi kutran (enfermedad). Ella se encargaría del asunto.
A la madrugada siguiente, antes de que asomara el sol, en el interior de nuestra ruka (vivienda tradicional de los mapuches) dio comienzo el machitún. Envuelta en mantas y pieles calientes, recostada en una cama improvisada después del sahumo, realizado con troncos y hojas de canelo y laurel, comencé a escuchar el sonido lánguido y seco del kultrún (instrumento musical por excelencia del chamanismo mapuche) siempre acompañado por el ruego, las invocaciones y la danza de la machi.
De pronto estoy junto al lago, la cordillera a lo lejos está cubierta, tapizada de blanco, como si la luz se tornara sólida en lo alto. Aquí una vegetación frondosa ciñe las aguas azules, profundas, quietas. Hay un inmenso kutral (fuego) con elevadas llamas que chisporrotean y cubren el espacio. El aire se siente tibio.
Mi padre deposita sus ojos en los míos, lo escoltan sus esposas, entre ellas mi madre, vestidas todas de añil y joyas de plata. Ahora yo misma tengo el pecho cubierto con plata y agito una wada (instrumento musical típico mapuche, con la forma de una maraca o sonajero), ruego al pillán (espíritu bondadoso y protector con dominio sobre las personas y los fenómenos naturales) que se haga presente mientras me veo a mi misma, pequeña y frágil, recostada en el camastro de troncos cubiertos de pieles.
Se acuclilla junto a mi, kushe papai (abuelita), la madre de Lientur, y me susurra al oído una frase que no alcanzo a escuchar y la garganta se me obtura hasta el ahogo.
Sobreviene un llanto estruendoso, atormentado. Ordeno a gritos, al unísono con la machi una y otra vez a wekufe, aparecido con la forma de nube oscura -¡ya basta!, ¡basta!, ¡basta!.
Despierto en la ruka, envuelta en mantas y pieles, empapada en sudor, exhausta, junto a mi cuerpo el de la machi, extenuada también. Ella se incorporó con lentitud y dijo algo que comprendí mucho tiempo después:
-”rëpüyen”.
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