Jueves por la mañana










             - A ver, ¿qué está pasando aquí? 

- Fran me pone la traba y me hace caer- responde Camila llorando.

-¿Qué tenés para decir?, caminamos apenas una cuadra y ya estamos teniendo este inconveniente- dice Carmen, dirigiéndose a Francisco, quien está al lado de su compañera llorosa. 

- ¡No lo hice queriendo seño! Perdón Cami, te lo juro que fue sin querer!. 

- ¿Podemos seguir ahora?, pregunta la maestra dirigiéndose especialmente a la niña, quien se restriega los ojos enrojecidos y asiente con un movimiento de cabeza.

Las dos columnas de niños de la primaria, con la maestra al frente, cruzan la plaza en diagonal. 

Dos palomas vuelven al galanteo interrumpido por el bullicio, revolotean junto al busto del Coronel Dominguez, ubicado en el centro de la plaza que lleva su nombre. El palomo parece susurrarle al oído palabras de amor a su partener, a las que ella responde con un aleteo agitado, antes de dirigirse hacia las ramas del roble que los verá aparearse en unos minutos. 

Como cada jueves, el pescador está instalado en una de las esquinas,  la que está justo frente al Banco.

- Hoy no traje brótola, tengo  atún y  merluza. 

- Dame tres filetes de merluza, ¡el atún se puso carísimo!- comenta la señora girando hacia la joven que está esperando detrás de ella con su bebé en brazos

.- ¡Que hermoso y crecido está! Se parece mucho al papá.  Toma la bolsita con su merluza y paga antes de retirarse. 

Por Asurmendi asoma un coche fúnebre que gira y toma Saa Pereyra . Seis hombres de distintas edades acaban de cargar cuidadosamente el ataúd y muchas personas lo siguen a paso lento. No hay palabras, sólo sollozos de diferente intensidad. El cortejo se dirige a la Iglesia donde la persona que acaba de morir recibirá su bendición antes de ser trasladada al cementerio. El tránsito vehicular se detiene respetuosamente dando paso a la comitiva.

- ¡Qué pena!, siendo tan joven- Comenta un señor mayor a la mujer de la mesa contigua. Está sentado solo en Maná, tomando su cafecito matutino frente al diario. 

- Es una enfermedad que no perdona, le responde ella meneando la cabeza apenada.

En la parada del Interbus una jovencita con una mochila en su espalda se dirige  enojada y en voz alta al muchacho que está a unos pocos pasos de distancia - ¡Te advertí que no iba a volver a tolerarlo!. Él se encoge de hombros, da media vuelta afirmando algo por lo bajo, sube a su bicicleta y se aleja.

Luego de unos minutos los mismos seis hombres salen de la parroquia llevando el féretro hasta el coche fúnebre detenido, a la espera. Comienza a circular muy lentamente, ahora seguido por una veintena de autos en caravana que giran  por la calle San Martín, hasta perderse de vista.

Delia aguarda sentada en un banco, cerquita de las hamacas. Sonríe cuando regresa su acompañante con un paquete de galletitas que acaba de comprar en la dietética. Delia siempre sonríe y habla bajito. En unos días cumplirá sus 80 y las compañeras del Hogar están preparando una gran fiesta. A ellas no  les importa ser confundidas. Delia cree que son sus parientes ya desaparecidos hace mucho tiempo. Dicen que el alemán, cuando llega, se divierte desorganizando el almanaque y hay que seguirle la corriente.

 Aseguran que lo importante es celebrar mientras se pueda.


Comentarios

Entradas populares