La Esquina de Braccio
El árbol inclinado de la ochava, junto a la vereda reconstruida hace poco tiempo, da la bienvenida a los escasos y espaciados clientes que llegan a comprar materiales para la construcción.
Unos cuantos ladrillos desvestidos por la lluvia y la humedad muestran su cuerpo marrón. Nunca están solos, como si la proximidad de sus iguales apaciguara el escozor que provoca su desnudez. Muchos colores cubrieron estas paredes. Hoy le toca a un rosado pálido, interrumpido en el zócalo y en las pilastras que escoltan la puerta y las ventanas por un salmón intenso.
Unas pequeñas aberturas enrejadas a los lados, cerca del piso, delatan la presencia de un espacio subterráneo. Invitan a suponer una escalera empinada de madera bajando al sótano, cuya única luz natural proviene de esas ventanitas diminutas que conectan con el exterior.
La puerta de doble hoja de la entrada denota una restauración cuidadosa, otorgando a la esquina una fisonomía particular. En el techo asoma con timidez un incipiente palan palan que crecerá seguramente hasta la próxima mano de pintura.
Un cielo gris se escurre entre la balaustrada, y los árboles con su incesante movimiento se dejan ver en el fondo. Esas barandillas observan incansablemente los frondosos eucaliptos del monte que está enfrente, también sobre el boulevard. Con temor habrán mirado desde lo alto, cómo avanzaba el tornado en aquél noviembre de 2003.
Y quizás con melancolía, cada uno de esos pilarcitos, tan cercanos a las estrellas cada noche, atestiguan el paso del tiempo. Porque esta esquina, no ha sido una cualquiera.
La esquina de Braccio daba nacimiento, desde la fundación en 1890, al único camino que conectaba al pueblo con la ciudad más cercana. Se sitúa a metros de la antigua estación de ferrocarril, por lo que vió desde siempre a esas vías que parieron a esta comunidad; el arribo de trenes trayendo a muchas personas y familias de distintas partes del mundo.
Así es como esta esquina, protagonista de la historia de Acebal como ninguna otra, presenció la llegada y la partida de cada ser viviente que entró o salió del pueblo. Es una de las pocas edificaciones fundacionales cuidada y restaurada una y otra vez.
Por la polvorienta calle de tierra que la abrazó, transitaron jinetes a caballo, sulkys y diligencias, Ford T y Estancieras, Rastrojeros y los primeros camiones, colectivos de pasajeros con guardas, que cubrían el trayecto hasta Rosario. Fue el paso obligado hacia el afuera, único lugar por el que transitar, hasta la inauguración de una ruta de acceso pavimentada, a unas cuadras de allí.
Hoy, la “Esquina de Braccio”, descansa de tanto traqueteo y observa con quietud y serenidad añosa, como las distintas generaciones de una misma familia transitan a diario sus entrañas, la cuidan y la reparan por dentro y por fuera.
Sus ladrillos de adobe probablemente se exhiben orgullosos, y si son varios a la par, seguro es para divertirse desnudos y desvergonzados frente a una multitud de gente que ya no los mira y jamás escuchó hablar sobre su historia.
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