Rojos Intensos

 







 Lo sostengo con la mano izquierda apenas abierta. Mis dedos, relajados y vigilantes, están dispuestos a aprisionar su cuerpo ante el menor peligro de un resbalón. La temperatura fría del vidrio se amalgama lentamente con el calor de mi palma hendida hasta fundirse en el universo de su tibieza. Su cuello largo de cisne, de idéntico color al contenido del frasco, lleva adherido en un lateral un código de barra que le resta distinción a su porte.

Acabo de esparcirlo sobre mis uñas y aguardo a que se seque. Se trató de una tarea personal, vivida como un ritual que se lleva a cabo una vez a la semana, a veces dos, depende de la calidad del producto o de las tareas realizadas. El uso constante de guantes de látex para la actividad doméstica se torna imprescindible si se desea prolongar su buena apariencia.

Siendo sólo una niña, añoré tener algún día muchos de ellos y de infinitas tonalidades; brillantes, claras, oscuras, opacas. Comencé a amarlos cuando visitaba la casa de mis abuelos y observaba a una tía cada sábado por la tarde. Los pequeños frascos se encontraban en una cajita dentro del bargueño del aparador del comedor. Ese sitio alojaba objetos especiales que ocupaban un espacio determinado. Elementos de cuidado personal. Allí también estaba guardada la linterna. Que esté siempre en su lugar permitía desafiar a la oscuridad cada vez que era necesario salir al exterior durante las noches.

Apenas la puerta de nerolite gris se desplegaba hacia abajo, sostenida por una cadenita como refuerzo de las bisagras, el comedor comenzaba a inundarse de su aroma inconfundible. El sólo acto de inhalarlo significaba un placer infinito, y anunciaba el grandioso ceremonial. 

Fui aprendiendo con el paso de los años a discernir entre las cosas de las que se puede prescindir, y las esenciales. Ellos se incluyen, sin dudas, en el segundo grupo. Si bien hoy la moda habilita el uso de tonos muy diversos, los rojos intensos son mis preferidos.

Algunos contenidos se van espesando con el paso del tiempo, entonces llega el momento de agregar unas gotitas de alcohol puro. El producto mágicamente rejuvenece y recupera la textura original, se dispone con su renovada fluidez a hermosear superficies. A veces se resisten a ese artificio desnaturalizado y muestran, al finalizar del procedimiento, un acabado opaco y deslucido. Cuando queda poca cantidad en varios frasquitos, realizar una mezcla puede resultar una aventura sumamente excitante. El envase de menor contenido se funde con el que conserva mayor cantidad a través de un encuentro apasionado. Sus bocas se fusionan obligando a la laca superior aresbalar por ese pasadizo bicolor hasta entregarse en gotas espesas a la sustancia que la aguarda.

La revelación se produce al agitar fuertemente el frasco mientras que en el interior se funden dos colores pariendo un tercero, inédito. Sorpresa absoluta. Esa reunión azarosa de pigmentos puede llegar a ser fascinante. Otras veces son tan desagradables que resultan imposibles de usar.



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